Se subió un viejo curao’ a la micro. Yo estaba sentada al fondo con mis dos hermanos (¿o con dos de mis hermanos?) Como el viejo vió rechazo en las caras del trayecto, siguió hasta sentarse junto a nosotros.
Al principio de su curadera, los borrachos parecen monos. Así, el viejo nos preguntó nuestros nombres, se rió de nosotros, con nosotros y para todos. Su risa estridente provocó incomodidad en el resto de los pasajeros, quienes se aguantaban carcajadas en el estómago. Porque el viejo era ridículo. Expelía olor a trago, gritaba grotescamente y usaba un terno, para aparentar una decencia simbólica.
Mis hermanos y yo respetamos al viejo, nos reímos con él porque no había de que avergonzarse. Era impredecible lo que saldría de su boca, nadie entendía porque se persignaba tanto, con qué derecho nos bendecía y porqué nos contradecía constantemente. Era un borracho, pero era mayor, asique nos callamos y escuchamos todo lo que tenía que decir.
El ebrio no se queda en la etapa del mono, evoluciona a algún animal melancólico que desconozco. Ahí es cuando el caballero decidió que era momento de contarnos su vida... como para callarle la boca al resto de las viejas del bus, que en silencio lo condenaban como a un desgraciado por llegar copeteao’ a su casa y que era un pelotudo irresponsable más de esta sociedad.
Nos contó de cómo había trabajado toda su vida para ganar plata, que se acumuló en sus bolsillos año tras año, década tras década. Que había tenido dos hijas con las que no pudo compartir por pasar amarrado a su pega. Que casi no las conocía. Que ahora no lo pescan. “Tenía tanta plata y ¿para qué? La plata va y viene” ¿Para qué le sirve ahora? Para tomar. Agregó que era un cobarde por retrasar su vida. Sentía mucho arrepentimiento, nada había valido la pena para él. Me recordó al ebrio que visita el Principito. "¿Para qué bebes? Porque tengo vergüenza. ¿De qué? De que bebo."
El viejo curao’ que subió a la micro resultó ser un profeta de la madrugada. Merecía ser escuchado más que otro ser ahí presente, porque su dolor escondía su sabiduría octogenaria. Un silencio se tomó el bus, y los ojos llorosos del viejo nos indicaron que era tiempo de cambiar de tema. Pero sus palabras se quedan en nuestros oídos, rebotan en nuestra cabeza.
El Mesías de la micro dijo “váyanse de ese país lleno de clasismo”. Años atrás el viejo trabajaba en la banca y en la minería, ahora no le importaba lo que pensaran de él porque sabe que nada de eso aparente vale la pena. Mucho mejor ser uno mismo, y esperar que el destino le presente gente buena en su camino, …aun que sea un trío de pendejos sentados en el fondo de una micro, dispuestos a escuchar una historia agridulce de vidas que expiran, de promesas con fecha de vencimiento, de alcohol y pudrimiento.
"Hay que tener respeto por quienes dan consejo, el consejo es una forma de tomar lo malo del tarro de la basura, reciclarlo y mostrar las partes bonitas."
04 junio, 2011
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